sábado, 26 de junio de 2010

Sexualidad actual: ¿deshumanización o vuelta al naturalismo?


                             Respuesta a un escrito publicado en un diario por un pariente cercano 

                            Sin pretender en lo más mínimo ponerme a la altura de tus reflexiones, sobretodo en lo que surge del conocimiento científico del tema, no puedo con mi genio dejar de hacer algún aporte desde aquello que ha sido una de las pasiones de mi vida: acompañar a aquellas personas a los que la vida no los ha favorecido no solo en lo económico, sino particularmente en aquellas situaciones en las que se es muy vulnerable frente a cualquier embate cultural o situacional. Como característica de fondo anoto la falta de posibilidad de filtrar axilógicamente (en base a los valores personales, familiares o grupales) nuevas proposiciones culturales externas (muchas veces manipulación), adoptando o sufriendo los modelos propuestos casi acríticamente.

                            Pero en ésto de la sexualidad, aparece también como partícipe de la cuestión, mecanismos arcanos (lo arcaico, lo natural, lo simple), que en uno de sus sentidos mas positivos busca deconstruir aquello que tan alejado de sus orígenes, termina por desvirtuarlo. Resultado buscado: la perpetuación de la especie y el "orden natural"

                           Una de las sorpresas iluminadoras, allá por el año 80 fue en el norte de Córdoba: las mujeres jóvenes del pueblo de poco más de mil habitantes empezaban a vivir como "opción" el no querer casarse (ni formar pareja) y tener "sus" propios hijos... Ante el espanto propio por tamaña insolencia frente a lo que era considerado como una de las apetencias más sublimes de la vida y por el desprecio a una de las instituciones más sagradas de nuestra cultura y nuestra fe, le pregunté el por qué. La respuesta fue simple, lapidara, incontrastable: el desbalance de las relaciones varón-mujer provocaba una situación ya insostenible, no iba a quitar el alimento y la tranquilidad de sus hijos para dársela al padre.

                                    Ciertamente que por opción personal, por cultura y por fe, coincido en la apreciación (aunque no la experiencia concreta), en los aspectos más finamente humanos de la propuesta del amor a la que hemos llegado los humanos y sobretodo en sus aspectos más trascendentes. En el amor mediatizado corporalmente realizamos el "Sacramento" del amor: "Si nos amamos hemos conocido el Amor que Dios nos tiene, porque Dios es Amor". Ciertamente que está en las antípodas del ¡¡¡Oh, my god!!! de la pornografía.

                                    Pero creer que en nuestra cultura y aún en la fe, hemos llegado al "conocimiento" pleno (menos aún en su realización) de la vivencia del amor humano y cristiano, creo que es una ilusión. En el rechazo que encuentran hoy aquellos valores eternos a los que en principio adherimos, ha de encontrarse no siempre una perversión de las costumbres o un regreso a la animalidad. En la lógica del argumento expuesto, algo de sus motivaciones tendría en el rechazo de ciertos modos de vivir el "amor pleno" propuesto por nuestra temporalidad. Y como pregunta y no como afirmación podría proponer como ejemplo: ¿la familia ideal es papá, mamá nene y nena? ¿y la formalidad del amor y la familia, sostenida frecuentemente por la negación de la mujer (el rancho no se patea)? y tantas otras situaciones para profundizar.

                                    De ellas, por caso, quisiera plantear ésta: nuestra sociedad (¿mundial?), ha retrasado (¿por espiritualización o por materialización?) la edad de formación de los matrimonios o parejas... Aminoradas las motivaciones para tan anormal situación, aparecen las relaciones prematrimoniales. Pero ¿qué es lo anormal?. Lo que justifica la demora en la formación de familias o parejas sería el fundamento de la abstinencia en la expresión más sublime del amor que se profesan. Sería bueno para este caso resolver si lo anormal no fuera más bien el demorar el matrimonio. Algunas parejas muy cercanas, han tenido hijos muy tempranamente, piensan casarse algún día y en la plenitud de sus vidas podrán gozarse como matrimonio libres de las obligaciones paterno-maternales; claro, si siguen sorteando las dificultades propias de los que se aman humanamente (incluida la trascendencia), sin tener mucha fortaleza cultural.

jueves, 20 de mayo de 2010

Dos Centenarios


En estas circunstancias uno quisiera ser especialista en algo para ofrecer algún conocimiento relevante que valiera la pena leer. No es el caso. Me queda, entonces, ofrecer una mirada sobre una ausencia y una presencia en estos festejos patrios que podremos compartir, ampliar o desechar…

            Ausencia: En el festejo del primer Centenario hubo una gran cantidad de monumentos conmemorativos, aunque algunos de ellos llegaron bastante más tarde y con muchísimas dificultades, por ejemplo el Monumento de los Españoles en Buenos Aires o  también en la ciudad de Córdoba el Puente Centenario. Seguramente habrá otros que destacar en otros puntos del país.

            Tal vez sean las diferentes épocas, costumbres, valores… o tal vez la despiadada crisis que a principio de siglo ha provocó el olvido de tan importante acontecimiento y sorprendiéndonos y dejándonos sin tiempo para plasmar la importancia del momento, o sin disponibilidad de riquezas para realizarlos. O tal vez sea las urgencias de necesidades estructurales que nos desvió la vista para otros modos de realizar las obras. También podría ser la desarticulación del pensamiento político. Inauguraciones se han realizado a un ritmo bien acelerado, pero a ninguna obra se le ha dado la importancia suficiente para considerarla obra emblemática de la ocasión.

            Presencia: Los pueblos originarios se hacen Presente en un simbólico “Cabildo Abierto” reclamando participación no ya en el “festejo” sino en la constitución misma del país. No solo son parte de nuestra Patria, sino las raíces de ella. Y este ícono de presencia tal vez sea mucho más profundo de lo que ellos mismos se han propuesto. Son el símbolo de un interior profundo, histórico, olvidado, silenciado, perseguido… Representan no solo su realidad étnica sino la de toda una multitud de hermanos que no alcanzan a tener parte un país cuyos “próceres y notables” miraron casi siempre hacia fuera. Una “deuda interna” que no termina de saldarse. Y tal vez esta presencia refleje la ausencia de este “símbolo y realidad” en aquella ocasión de mayo de 1810.

Nuestra presidenta hoy (lo escribo antes del encuentro) en Plaza de Mayo lo reflejará en un perfecto discurso del hecho

            Y tal vez sea este el aspecto más esperanzador para el comienzo de una nueva Argentina en la que todos tengamos parte. Donde sea más importante la gente que los símbolos, donde “nadie muera de hambre en la tierra bendita del pan”, donde la “democracia” no sea restringida a los poderosos (¿y apátridas?) de siempre, donde la cultura argentina -en su sentido más amplio- pueda encontrar no solo monumentos hermosos sino el contenido de los mismos: su gente y expresiones culturales.

            El Bicentenario nos asemeja más a 1810 que a 1910… donde parece que aún todo está por hacerse… donde reina la necesidad de una nueva síntesis social; donde necesitamos una clase política que sea capaz de mirar el conjunto y la totalidad del país; donde podamos plasmar la tan ansiada “Patria Grande” de nuestros máximos próceres latinoamericanos; donde los corporativismos definitivamente dejen hablar a todos los grupos sociales; donde prime un acuerdo (“contrato”) social que busque ser respetado por todos.

            Que el Bicentenario “sin monumentos” que comienza en este mayo continúe creciendo día a día hasta culminar en julio del 2016, mucho más significativo para nuestro destino argentino; y sea realidad la integración de todos los pueblos argentinos y latinoamericanos en una nueva síntesis que nos dé nuestro propio y significativo lugar en el mundo.